Puede ser Hades, Satanás, Osiris o Yama, pero siempre hay alguien a las puertas de ese terrible lugar subterráneo en el que las almas de los pecadores sufren eternamente
Ada Nuño / ElConfidencial.com
"Oh, vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza". Tenemos poca constancia de personas que hayan pasado las puertas del infierno y hayan vuelto para contarlo, más allá de Perséfone (reina del inframundo), pero quizá la más importante fue (si lo tomamos de manera literal) la del poeta Dante Alighieri. Acompañado de Virgilio, ambos poetas bajaron a las profundidades y recorrieron, como los héroes de los poemas más antiguos, los nueve círculos hasta trepar sobre Satanás y emerger de nuevo a la Tierra antes de que amaneciera el día de Pascua.
Pero, mucho antes de que Dante bajara a los reinos de ultratumba, el concepto del infierno (ese lugar destinado a los pecadores) ya existía. En la actualidad, en un mundo secularizado como el que vivimos (especialmente en Occidente), la existencia de un lugar al que irá nuestra alma cuando abandone nuestro cuerpo parece importar más bien poco, sumidos como estamos en la vorágine del día a día. En otro tiempo, sin embargo, fue algo fundamental, y en la Edad Media los desgraciados se consolaban con que, si en esta vida no hallaban paz, al menos la encontrarían en la siguiente.
Si hay un cielo, parece claro que tiene que haber un infierno y viceversa. Pero ¿cómo surgió todo? ¿Quiénes fueron los primeros en hablar de estos conceptos?
Por supuesto, nos viene a la mente el Hades de la mitología griega, que guarda un cierto parecido con el concepto de infierno actual. Según creían los griegos, este inframundo se situaba también debajo de la Tierra, lo que llevaba a creer que en algunas zonas de la geografía podía encontrarse una puerta a este oscuro y temible lugar.
Platón creía que cada espíritu era asignado a un reino: Elíseos para los bendecidos, el Tártaro para los condenados y el Hades para el resto
Algunos filósofos como Platón o los pitagóricos hablan del concepto del juicio a los muertos. Cada espíritu era asignado a un reino: Elíseos para los bendecidos, el Tártaro para los condenados y el Hades para el resto. Por tanto, el Hades como tal sería más bien un concepto griego del limbo.
Una travesía, un juicio, un río y un perro
Es interesante, puesto que, si nos remontamos un poco más en el tiempo, nos percatamos de que de igual manera los egipcios tienen una travesía muy parecida en su viaje hacia la muerte: el fallecido también era juzgado por Osiris tras ser conducido por Anubis al reino de los muertos. Se pesaba su corazón en una balanza y, si este era más ligero que una pluma, significaba que el individuo había sido justo en su vida. Un juicio muy parecido al del dios Yama en la mitología hindú.
Al principio, solo los faraones podían optar al juicio con Osiris. Después, todos los que tenían un mínimo poder adquisitivo
Los egipcios y los griegos creían ambos en la transfiguración de las almas, lo cual es sumamente importante teniendo en cuenta que el concepto de alma no surge con las religiones monoteístas. Los egipcios también ayudaron a concebir la idea de la democratización del más allá. En un primer momento, solo los faraones podían optar a ese juicio con Osiris, pero lo que comenzó con unos pocos acabó llegando a todo aquel que tenía un mínimo poder adquisitivo y temía a la vida detrás de la muerte.
Los griegos tenían una idea muy parecida de ese viaje hacia el otro mundo conducido por una barca de los egipcios, pero con diferencias: los fallecidos entraban al inframundo cruzando el río Aqueronte (la barca la conducía Caronte, que cobraba una pequeña moneda que debía ser colocada bajo la lengua o los párpados de los muertos). Los pobres debían correr eternamente la pradera de Asfódelos porque no tenían medios para cruzar el río. Incluso en la muerte hay clases sociales.
En la mayoría de las religiones indoeuropeas, persiste esa idea de que deben cruzarse unas aguas para poder acceder al otro mundo
La otra orilla estaba vigilada por el Can Cerbero, perro de tres cabezas que vigilaba que ninguna persona viva entrara en el Hades. Lo más parecido a una de las concepciones del infierno actual era el gran foso del Tártaro, que consistía en una prisión fortificada rodeada por un río de fuego llamado Flegetonte. En un principio, este lugar servía como prisión de los antiguos y abatidos titanes, pero luego pasó a ser el calabozo de las almas condenadas.
En realidad, en la mayoría de las religiones indoeuropeas persistía esa idea de que deben cruzarse unas aguas para poder acceder al otro mundo, y las almas solían ser guiadas por un hombre mayor. Los persas hablaban del puente Cinvat, que separaba a los vivos de los muertos (dos perros con cuatro ojos guardaban el final del puente, que recuerdan irremediablemente al Can Cerbero).
El juicio que ya habían tenido los egipcios y los griegos se repite para los cristianos con el pozo de las almas
No parece muy descabellado pensar que todos estos mitemas frecuentes afectaran de alguna manera a las creencias judías cuando Alejandro Magno conquistó medio mundo, helenizándolo. En la Edad Media, cuando el concepto de infierno tal y como lo conocemos se había asentado bastante, el juicio que ya habían tenido los egipcios y los griegos se repite para los cristianos con el pozo de las almas, donde el arcángel San Miguel las pesará en la balanza de la justicia. En un platillo, aparecen las virtudes, en otro los vicios. El diablo suele aparecer en la escena, procurando (como no podía ser de otro modo) que la balanza se incline hacia su favor.
Anteriormente, en el Tofet (según el Antiguo Testamento), los cananeos sacrificaban a los niños al dios Moloch, quemándolos vivos. Sería algo así como el preludio de ese infierno tan relacionado con el fuego que bien conocemos.
Incluso los budistas tienen su propio infierno, extremadamente parecido al nuestro: 'Naraka', vocablo sánscrito correspondiente al inframundo. No solo según el budismo, también para hinduistas o jainistas es un sitio de tormento. Aunque, igual que el inframundo, el Naraka se encuentra debajo del mundo tal y, como lo conocemos, difiere de nuestro infierno porque la estancia en él no es eterna (aunque sí extremadamente larga) y tampoco se va a él tras un juicio.
El Naraka budista se encuentra debajo del mundo tal y como lo conocemos, pero difiere de nuestro infierno porque su estancia no es eterna
El Naraka sirvió como inspiración para el infierno de la mitología china: Di Yu. Dominado por Yama, el rey del infierno, Di Yu es un laberinto de mazmorras subterráneas donde las almas son tratadas en concordancia con sus pecados terrenales. Como el infierno de Dante, tanto Naraka como Di Yu están separados por niveles.
En el siglo V en Europa, la idea del infierno estaba bastante clara, reafirmada por los papas y los diferentes concilios: fosas llenas de llamas similares a Flegetonte (aunque en algunas ocasiones también se habla del infierno como un lugar helado), llantos, serpientes y olores nauseabundos. De hecho, hablando de hielo, en las visiones de Dante, Satanás está inmerso en hielo hasta la cintura, llorando y babeando. Milton también habla de ello: más allá de las llanuras del fuego del infierno, hay regiones de hielo, granizo, nieve y viento, donde van los condenados a excursiones obligadas.
Milton habla de llanuras de fuego, aunque en el infierno de Dante, Satanás está inmerso en hielo hasta la cintura, llorando y babeando
Si hacemos caso al poema de John Milton sobre el paraíso perdido, el primer desgraciado que acabó cayendo en el infierno fue el propio Satanás: el más bello de todos los ángeles es, para el poeta, una figura trágica que encabezó una rebelión contra Dios descontento con su hegemonía, y que terminó con todo su séquito en el inframundo, castigado para siempre. Una interpretación libre del libro de Enoc.
(El libro de Enoch cuenta la historia de los llamados Grigori, ángeles caídos que se enamoraron de las hijas de los hombres y engendraron con ellas una raza de semidioses: los Nefilim. Estos ángeles, posteriores demonios, enseñarían a los humanos a fabricar armas de guerra, los secretos de la Tierra, las constelaciones o el arte de la escritura. También habrían enseñado a las mujeres a abortar).
Mi amigo, al que amaba, ha vuelto al barro
Las semejanzas del poema de Milton con las ideas revolucionarias de los siglos XVIII y XIX y con el derrocamiento de sistemas y monarquías son evidentes, si se analiza el paraíso perdido desde una perspectiva sociológica. De hecho, según decía William Blake, Milton escribe "encadenado cuando habla de los ángeles y Dios, y libre cuando habla de Satanás. Toma partido por el diablo sin saberlo".
El más bello de todos los ángeles es, para John Milton, una figura trágica que encabezó una rebelión contra Dios
Ya sea Satanás, Hades, Yama u Osiris, siempre debe haber alguien a las puertas del inframundo esperando que las almas de los desgraciados lleguen dispuestas a sufrir toda una eternidad. El conocimiento de nuestra propia efimeridad es lo que nos dota de trascendencia y nos difiere del resto, y está presente en todas las civilizaciones del mundo. Gigalmesh, el héroe más antiguo, se lamenta de la muerte de su amigo Enkidu y quiere huir de la muerte: "Mi amigo, al que amaba, ha vuelto al barro".
El concepto de infierno llega después, como idea de justicia al descubrir que no todos somos iguales y que la maldad, de alguna manera, debe ser castigada; si no es en esta vida, en la siguiente. Porque, al final, parafraseando un poco a Sartre, todo se reduce a los otros. No hace falta irse debajo de la tierra: el infierno pueden ser los otros y, por tanto, también podemos serlo nosotros mismos.
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