Por: Bruce Julis / @BruceJulis / En mi Hambre Mando Yo
Gobernar apoyado en el odio, una estrategia que a primera vista parece sacada de una distopía, se ha convertido en una realidad en muchos lugares del mundo.
Es fascinante cómo, en lugar de unir a las personas en torno a ideales comunes de justicia, bienestar o desarrollo, algunos líderes han optado por cimentar su poder en la división, el rencor y el enfrentamiento constante.
Imagínate, por un momento, la escena: un país herido por la crisis, la inseguridad y la incertidumbre.
En lugar de buscar soluciones a problemas reales, el líder se pone en pie y señala a un culpable, alguien diferente, extraño, ajeno.
Esos son los responsables de tus problemas, dice. Y, con un discurso calculado, logra encender esa chispa de odio que todos llevamos dentro, porque, seamos honestos, el odio es fácil.
No exige reflexión, no requiere empatía.
Es visceral y directo. Y en tiempos difíciles, encontrar a quien culpar puede parecer la salida más sencilla.
Pero, ¿Qué pasa con las personas reales que quedan atrapadas en este juego?
Aquellos a quienes se les señala como los enemigos, los traidores, los peligrosos.
De repente, son despojados de su humanidad.
Se convierten en símbolos de todo lo que está mal.
Ya no son padres, madres, hijos o amigos.
Son "el otro".
Y ahí radica el verdadero peligro de gobernar con odio: no solo divide, sino que deshumaniza.
Mientras tanto, quienes están en el poder aprovechan esta división para mantenerse en el trono.
La estrategia es clara: si mantienes a la población peleando entre sí, nunca tendrán tiempo ni energía para cuestionarte.
¿Quién se preocupa por la economía o la salud pública cuando estamos demasiado ocupados odiando al vecino?
Sin embargo, detrás de cada discurso de odio, hay una verdad que todos preferimos ignorar: el odio nunca construye.
Lo que comienza como una estrategia para obtener poder termina destruyendo los cimientos de la sociedad misma.
Las familias se fracturan, las comunidades se desmoronan y, al final, nadie sale ganando.
Pero mientras tanto, aquellos que juegan con el odio desde las altas esferas siguen gobernando, impunes, como si estuvieran observando una partida de ajedrez en la que las piezas somos todos nosotros.
Entonces, la pregunta que queda es: ¿hasta cuándo seguiremos permitiendo que nos manipulen con discursos de odio? ¿Cuánto más estamos dispuestos a perder antes de darnos cuenta de que, al final, todos estamos del mismo lado?
Quizás, solo quizás, es hora de recordar que el verdadero poder reside en la unión, no en la división.
Pero claro, eso es mucho más difícil que simplemente odiar.
Pero mientras lo entendemos y lo reflexionamos, aquí les dejo mi reputación para que con gusto puedan ustedes seguirla destrozando.
Hasta la próxima.
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Bruce Julis
AxolotlMEDIA Ideas en Peligro de extinción
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