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Las guerras más tontas de la historia 


Foto: Culturizando.com

Una colección de conflictos muy extraños con la que por lo menos aprenderás algo muy importante: los británicos aman estar en una pelea. Y para que sea más democrático, pueden votar por su favorito.

 

Todo menos un golazo

 



El fútbol es sinónimo de pasión en América Latina, así que quizás no es difícil de imaginar que una guerra se pudiera desatar entre los hinchas de este deporte. Pues eso es precisamente lo que ocurrió en 1969 cuando las naciones vecinas de Honduras y El Salvador entraron en combate luego de que este último ganara el partido clasificatorio para el Mundial de 1970.

 

El conflicto fue la mezcla de la ira deportiva y ciertas rencillas de otra índole entre ambas naciones. El resultado: 6000 personas fallecidas y miles de heridos. Lo peor de todo esto es que, de todas todas, la guerra no sirvió de mucho porque El Salvador se quedó en la primera ronda del Mundial sin haber metido ni un solo gol.

 

Una guerra de entremés

 



Si eres de los que se pelea con alguien y a la media hora ya estás reconciliándote, tenemos la guerra para ti. Tras la muerte del sultán Hamad bin Thuwaini, quien era pro-Imperio Británico, su sucesor era el poco preparado Khalid bin Barghash. Los ingleses no vieron a este hombre con buenos ojos y le pidieron que abdicara.

 

Khalid, creyendo que jugaba con novatos, decidió negarse y encerrarse en su castillo. Lo que vino después fue un despacho de 38 minutos de duración que resultó en Khalid fuera del palacio, 500 de sus hombres muertos y una sola baja del lado británico. Es decir, creo que he tardado más en preparar el almuerzo.

 

Una dulce venganza

 



Mucha gente mataría por un dulce, pero no muchos pondrían a dos países en guerra por ello... excepto por un chef francés de nombre Remontel, quien, en 1828, consiguió que el REY DE FRANCIA, ni más ni menos, le exigiera al gobierno mexicano que le pagara 600000 pesos como compensación por la destrucción de su pastelería, causada por saqueadores durante una revuelta en la ciudad.

 

México se negó, Francia sintió su ego herido y tararín, tararán, tenemos una guerra en nuestras manos. Ambos ejércitos se enfrentaron con todo su potencial; la guerra incluso atrajo al famosísimo general Santa Ana al combate, quien para colmo perdió una pierna durante las querellas.

 

Si no lo han descubierto hasta ahora, los ingleses no pudieron mantenerse alejados del conflicto, aunque sorpresivamente fue para concluirlo. Con un tratado de paz, los mexicanos aceptaron pagar la demanda y la guerra pastelera culminó oficialmente.

 

Por una cola retorcida

 



Si hay algo con lo que la gente no debería meterse es con el tocino del vecino (hasta rimó). Pero que mejor que el Imperio Británico para entrar en una guerra sin sentido.

 

Todo comenzó en un territorio entre Estados Unidos y Canadá conocido como las Islas San Juan que, para 1859, estaban siendo reclamadas por ambos países. Pero cuando todo parecía que iba a ser resuelto por la vía diplomática, un cerdo decidió deambular por los prados de Lyman Cutlar, un americano que busca asentarse en esas tierras. Cutlar, que seguramente no entendía el significado de diplomático, mató al cerdo por traspasar sus tierras.

 

El problema se aseveró cuando el dueño del cerdo, un irlandés de nombre Charles Griffin, decidió alertar a las autoridades japonesas...,¡JA! ¿A quién engañó? Obviamente, fue a los ingleses, sobre lo sucedido lo que sucesivamente llevó a los americanos a imponer condiciones.

 

Pero, no se preocupen, la guerra solo quedó en palabras, por lo que la única víctima real fue el puerco que lastimosamente estuvo en el lugar equivocado.

 

El trono dorado

 



Esta es la versión más sangrienta de usar la vajilla especial de tu abuela para poner un pan con queso cualquiera. El Imperio Ashanti era uno de los más fuertes entrado el siglo XX así que cuando su monarca se encontraba exiliado por, obviamente, las autoridades británicas, era de esperarse que algo estaba por pasar.

 

Lo que nadie podría haber predicho es que todo el rollo comenzó por una silla. Sí, resulta que un general inglés, Sir Frederick Hodgson, decidió demostrar su poder europeo sentándose en el trono dorado que los Ashanti consideraban que contenía el espíritu de su pueblo. Esto fue acto suficiente para que un grupo, comandado por la madre del rey exiliado, asediara a las tropas de Hodgson.

 

Aunque para sorpresa de muy pocos, los británicos terminaron ganando con refuerzos y armamento avanzado del bueno. La pregunta es: ¿Se habrán quedado con la silla?


Artículo recuperado de culturizando.com

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